lunes, 23 de enero de 2017

Un sincero adiós a Historias Corrientes.


«Técnico: ¿A quién le gustaría que Rasca y Pica se enfrentaran a problemas de la vida real como los que tenéis a diario?
Niños: ¡A mí! ¡A mí! ¡A mí!
Técnico: ¿Y a cuántos os gustaría lo contrario, que vivieran situaciones imaginarias con robots y poderes mágicos?
Niños: ¡A mí! ¡A mí! ¡A mí!
Técnico: O sea… que queréis una serie realista y normal… que esté plagada de poderes… y mágicas fantasías».
Los Simpson, El Show de Pica, Rasca y Poochie.

   Empezamos 2017 en este blog de una forma que nunca pensé que sería posible. Y no, no me refiero a empezar una entrada en el mismo enero pocas semanas después de haber escrito otra y sin cuatro meses de pereza extrema entre medias, sino con una carta de despedida a una serie que poco a poco se ha ido ganando un hueco muy grande en mi memoria como una de las mejores series de televisión que he visto y veré nunca: Historias Corrientes.

   Esta entrada no es una reseña al uso, aquí no hablaré de la escasa trama de la serie ni escribo esto para comentar su humor ni maravillarme con su capacidad para trabajar con referencias pop. Para eso está el ver la serie, la cual recomiendo encarecidamente. En su lugar, esta entrada es más una carta abierta de despedida, los pensamientos y conclusiones a los que he llegado nada más terminar de ver esta serie, las cosas que me ha enseñado y, sobre todo, qué he sentido viéndola.

   Eso sí, tratándose de este tipo de cosas, esta entrada contiene numerosísimos spoilers, así que si no han visto esta serie nunca… ¿A QUÉ ESTÁN ESPERANDO?

   Y es que no es para menos, pues la obra maestra de J. G. Quintel sobre un pájaro azul llamado Mordecai y un mapache llamado Rigby a los que les pasan todo tipo de fantasiosas aventuras es toda una lección sobre la madurez, ese momento en que dejamos de ser adolescentes y nos convertimos en adultos hechos y derechos con nuestras preocupaciones, responsabilidades y obligaciones. Parece mentira que una serie que es conocida sobre todo por su grotesca imaginación, su nostalgia ochentera y noventera y su sentido del humor absurdo pueda convertirse en una de las series más profundas que podamos haber visto. Y sin embargo, es así.

   Lo cual hace de esta serie algo maravilloso.

¿Un pato Megazord con pantalones rotos, zapatillas altas, una gorra de camionero noventera,
un Power Glove y que surfea en una guitarra eléctrica en el espacio? ¡¡¡COMPRO!!!


   Bajo ese aspecto infantil, aleatorio y disparatado en el que cualquier tontería se puede convertir en un asunto del que literalmente dependa el destino del universo, Historias Corrientes es una fantasía bien basada en una dura realidad: NUESTRA realidad. A lo largo de la serie hemos visto cómo esa fachada de divertidísimas absurdeces mágicas con robots, monstruos y artefactos mágicos de todo tipo ha ido desmoronándose sutil y paulatinamente para dar paso a una historia sobre qué significa madurar, ser un adulto, tener responsabilidades y lo que nos aguarda el futuro a través de los ojos de sus personajes… y los nuestros.

   Una de los mayores puntos fuertes que tiene esta serie con respecto a cualquier otra es precisamente que la línea que separa lo real de lo fantasioso está tan difuminada que ambos mundos se mezclan en el imaginativo caos que envuelve cada uno de sus capítulos. En este aspecto me recuerda a Earthbound, el videojuego en el que unos niños deben salvar el mundo de una amenaza extraterrestre y en donde todos sus eventos perfectamente pueden ser confundidos como un juego de niños y viceversa, con los niños convirtiendo en equivalencias entendibles para sus infantiles mentes situaciones adultas de la vida real demasiado crudas o extrañas para ellos. Siendo así, no es extraño ver todo el potencial del que Historias Corrientes dispone, pues es capaz de aunar realidad y ficción para ofrecer a cada miembro del público lo que quiere ver: coloridas fantasías para los niños y sentimientos basados en la realidad para los adultos.

¿Una serie sobre dos amigos que viven mágicas aventuras? La tenemos.
¿Una serie cuyos temas sean la madurez, el fin de las amistades, las rupturas de pareja
y un cuadro clínico de depresión entre otros muchos palos? TAMBIÉN


   Sin embargo, toda esta fantasía no oculta que en su esencia mantiene los pies en la tierra y su objetivo es precisamente narrar una historia adulta y real. Por cada dios arcano que despierta de su letargo para devorar el mundo, por cada tontería diaria convertida en una amenaza capaz de distorsionar el espacio-tiempo, por cada abominación primigenia invocada, por cada supervillano contra el cual los trabajadores del parque son los elegidos destinados a derrotarlo existe una lección sobre la vida real que aprender.

   Pero al contrario que en cualquier otra serie que ofrezca moralejas a su audiencia, principalmente en la forma de ñoñadas tipo «la amistad lo puede todo» o «el amor es para siempre», Historias Corrientes ofrece lecciones muy duras sobre la vida real que todos acabaremos aprendiendo tarde o temprano: no sois más que el resultado de un sistema educativo que os mastica de pequeños y os escupe como adultos enseñados a servir como mano de obra, da igual las notas que sacarais en el colegio porque nada os va a salvar de un trabajo desagradecido, mal pagado y que probablemente no tenga que ver ni con lo que habéis estudiado; las amistades son efímeras y cuanto mejor sea tu amigo más desgastada acabará vuestra relación, el amor de vuestra vida un día desaparecerá y aun así será mejor que seguir con esta persona mediante el temido «amor compañero», los días de inocente felicidad que tuvisteis de pequeños nunca volverán…

   En definitiva: da igual lo que hagáis en la vida porque sois unas motas de polvo insignificantes en este mundo, pero eso no quita que debáis seguir intentando ser las mejores personas posibles.

   En este sentido la madurez que alcanza la serie incluso afecta a las amenazas a las que se enfrentan nuestros protagonistas día sí y día también. Conforme vamos alcanzando nuevas capas de realidad, los monstruos, los magos, los robots y las aberraciones van dando paso a villanos más anclados en nuestra vida diaria como dependientes groseros, funcionarios incompetentes o ese profesor que te tiene manía sin motivo aparente. Las exageraciones siguen estando presentes en la serie, e incluso de vez en cuando veremos alguna situación extraordinaria (sobre todo en la forma de algún Final Boss de temporada o eventos que den paso a la gimmick de la temporada siguiente), pero serán más las excepciones en pos de un clímax antes del final para seguir hablándonos de aquellas cosas que más conocemos y comprendemos, dándole un significado cada vez más literal a la parte de «Corrientes» a la que las historias del título hacen referencia.

Un profesor capullo al final puede ser una mayor amenaza y a un título mucho más personal
que un mago malvado.


   Es por este motivo por lo que vemos el verdadero corazón de Historias Corrientes y su punto más fuerte: su enorme empatía. Quintel nos ha demostrado que es un autor que sabe captar no ya la atención de un público, sino que es capaz de hablarle, de hacerle sentir, de dirigirse de tú a tú a sus espectadores y de permitir que estos se sientan enormemente identificados con las situaciones que sus personajes viven.

   Al contrario que productos como un Undertale diseñado cínicamente para apelar a las emociones e inseguridades de un público mediante mecanismos de proyección de dichas inseguridades en personajes planos y estereotipados o unos artículos de Buzzfeed basados en apelar gratuitamente a la nostalgia para una audiencia sin criterio, Historias Corrientes es una obra creada a partir de la más pura de las empatías.

   Pese a su carisma, nadie en su sano juicio querría ser alguien como Mordecai o como Rigby, pues no dejan de ser un par de veinteañeros que han fracasado en todo lo que han emprendido y han acabado barriendo hojas en un parque. No son más que unos mataos obsesionados con una cultura pop que les ha servido para llenar sus vacíos existenciales fruto de ser los marginados del colegio, por no hablar de que son unos malos compañeros de trabajo y, dependiendo del guionista que toque en ese momento, hasta malos amigos o psicópatas en potencia. Sin embargo, sus vivencias son lo que más nos interesan e inspiran: Mordecai lucha por conseguir su lugar en el mundo encontrando a su media naranja pese a que sus relaciones sentimentales suelen acabar más mal que bien, y Rigby consigue volver al instituto para terminar de graduarse con el fin de ganar un respeto que cree deberle a su novia y tal vez abrir así un nuevo futuro que sea más digno para él.

   Las vivencias realistas de sus personajes son contadas de la forma que solo puede hacer alguien que las haya experimentado; cosas como ser el pringado del colegio, ser un becario y que todo el mundo te putee por ser el último mono, las tensiones de tener pareja, la dura compaginación del trabajo por tu gusto por los videojuegos, el cine o cualquier otra forma de entretenimiento… En definitiva, ¡cómo crecer en un mundo que te llena de obligaciones y luchar para seguir siendo tú mismo! ¡El tipo de cosas que uno debe vivir si quiere hablar bien y con propiedad de ellas!

Historias Corrientes es la única serie que nos ha demostrado que
cosas como conseguir terminar los estudios pueden ser mayores aventuras
que detener a la enésima abominación de turno.

   El sentimiento de identificación con sus situaciones puede llegar a ser enorme, y ahí es donde entra la difuminación entre la realidad y la fantasía. Mordecai y Rigby son dos post-adolescentes que viven atrapados en un mundo sin alicientes y trabajando de barrenderos en un parque, por lo que llega un momento en que incluso podamos llegar a pensar que todas las aventuras que viven tienen una parte más fantasiosa que real. Y cómo culparlos…

   Todos nosotros nos hemos encontrado en situaciones así, en jornadas aburridas e interminables de tareas o trabajos en las que uno acaba abstrayéndose a un mundo de fantasía para evitar perder el juicio. Y lo mismo pasa con cualquier otra de las situaciones que nos propone: el creciente temor a perder amigos con el tiempo, el deseo de querer aprovechar el todo el tiempo que podamos con un ser querido que vemos que se escapa de nuestras vidas, la frustración ante una vida que no da segundas oportunidades ante un futuro cada vez más incierto… ¡hasta el miedo que teníamos de pequeños a meter la mano en el reproductor de vídeo y que se nos quedara la mano atascada se encuentra aquí! Todo ello contado con situaciones, frases y hasta pensamientos que todos sin excepción habremos tenido o dicho alguna vez en nuestras vidas, algo reconocido hasta por Quintel mismo.

Only 90's kids will remember!


   Si bien la serie tampoco es perfecta y sufre de muchos altibajos, Historias Corrientes es también una historia de transición sobre el propio Quintel, algo que podemos ver temporada tras temporada (amén de que a estas alturas es un secreto a voces que el personaje de Mordecai lo hizo directamente basándose en sí mismo, lo cual ayuda a entender ciertas cosas).

   Tras tres MEMORABLÍSIMAS temporadas cargadas de sentidísimos homenajes y celebraciones a la cultura pop alcanzamos una sosísima cuarta temporada en la que nos introducen al personaje de Thomas, un becario sin peso alguno en la serie y cuya función es «estar ahí», seguida de una deprimente quinta temporada centrada en la tristísima vida amorosa de Mordecai y sus inseguridades más una sexta temporada que es un meh absoluto y que termina en la desaparición de un más que olvidable Thomas ahora convertido en un superespía ruso. Pero después de una RECOMENDADÍSIMA película y numerosos rumores de cancelación, la serie vuelve a la estabilidad con una séptima temporada más variada en sus temáticas, ya más ancladas en la realidad, hasta alcanzar un clímax final en el espacio porque ya total pa’qué y su EPIQUÍSIMA resolución en la octava temporada.

   A lo largo de las ocho temporadas de la serie vemos un proceso de creatividad absoluta seguida por una de estancamiento, otra de práctica desesperación y otras de puro desarrollo de personajes en las que los trabajadores del parque y el propio mundo de Historias Corrientes se van transformando y maduran conforme lo hacen la propia serie como el programa de televisión que es, Quintel como artista y hasta la misma audiencia. Como ya dije anteriormente hasta la saciedad, la fantasía desbocada da paso al más sincero de los realismos (lo que no quita valor ni a sus partes más entretenidas ni a su sentido del humor) y a partir de ahí a un crecimiento tanto interno como externo de los personajes y lo que les rodea.

Y la música... ¡QUÉ MÚSICA!

   Y este es el punto al que quería llegar, pues si bien es cierto que me pesa el ver acabada una serie con la que tan identificado me he sentido y con la que tanto he disfrutado, no puedo tampoco dejar de sentirme aliviado por el mismo hecho de que termine: Quintel ya ha contado todo lo que quería contar y siempre será mejor que la serie acabe por sí misma a que sea inceremoniosamente cancelada.

   Por ese motivo no puedo dejar de recomendar Historias Corrientes, pues es la serie que mejor representa a una generación, a mi generación, nuestra generación, y en definitiva, la generación de su autor, un joven que ha conseguido narrar el sentir de muchos de nosotros a través de una serie de animación cuya premisa original no era más que la de «cosas raras pasando porque sí». La estasis ochentera-noventera del mundo de esta serie es una divertida evocación a un pasado que no volverá que a la vez sirve de plataforma de lanzamiento para enseñarnos, tanto a nosotros como a los que están por llegar, unas valiosas lecciones sobre el futuro.

   Y es que, a pesar de su tan aplastante y sincero realismo, Historias Corrientes termina en una nota positiva con un último mensaje final: puede que muchos de nosotros nunca podamos alcanzar nuestros sueños y ambiciones de pequeños, pero eso nunca nos impedirá vivir una buena vida ni disfrutarla con nuestros amigos.

   Ya sea como una comedia con elementos de fantasía (o mejor dicho, de realismo mágico), una fuente de gifs y memes, un viaje nostálgico para aquellos que nacimos en los ochenta y los noventa o una sincerísima representación de la vida de toda una generación, Historias Corrientes es una serie que me ha encantado, que me ha marcado, que me ha hecho reír y hasta me ha hecho llorar. La cautivadora obra de J. G. Quintel sin duda me ha llegado al corazón y se ha ganado un buen espacio en él.

Jolly good show...